martes, 5 de agosto de 2008

Rafael Huacuz: Más allá de los límites del crecimiento y el cambio climático

Más allá de los límites del crecimiento y el cambio climático

Rafael Huacuz

Primera Parte

A lo largo de las últimas décadas, la humanidad se ha enfrentado a diferentes crisis de toda índole: poblacional; energética; económica, alimenticia; de seguridad biológica; ambiental; etcétera. La mayoría de estas crisis, forman un ciclo continuo que acorta su recurrencia y las profundiza en el tiempo[1]. Los intentos de solución para cualquiera de ellas, provienen de acciones aisladas o locales, como si cada una de éstas fuera en apariencia independientes entre si.

La postura general de este ensayo es mostrar una serie de argumentos que incidan en denunciar estas crisis como un síndrome del fenómeno del crecimiento económico mundial, modelo que se ha sostenido bajo el argumento de distintas propuestas desarrollistas --tanto planificadas como liberales-- que prometieron el bienestar social con modelos como el desarrollo focalizado; el autocentrado; el desarrollo endógeno; el participativo; el comunitario; el desarrollo autónomo y popular; el equitativo; el local; o del micro-desarrollo, del etno-desarrollo hasta llegar a la propuesta actual de desarrollo sostenible o sustentable. Este último, dogma cumbre de las propuestas planteadas a lo largo de la historia[2], es decir, argumentos que promovían los aspectos cualitativos del “desarrollo” y los aspectos cuantitativos del crecimiento económico impuesto por occidente.

Bajo este escenario, la política gubernamental de privatizaciones, liberación y desregulación de los mercados, así como los avances técnicos de las comunicaciones durante las últimas décadas, han producido un cambio en el poder sin precedentes, en donde los estados nacionales han perdido su capacidad de autogestión, quedando a merced de intereses económicos de grandes corporaciones internacionales o de sus respectivos representantes de capital nacional, quienes a toda costa intentan buscan el control de los recursos energéticos, por ser estos, la base de su riqueza y los medios de producción, distribución y consumo de los bienes y servicios que ofrecen (Hertz, 2002).

Los gobiernos por su parte, están convencidos de que su cometido principal es crear un clima en donde se facilite la prosperidad de los negocios para obtener una cuota de mercado, su principal interés consiste en proteger el sistema mundial de libre comercio y en abastecer a las empresas de infraestructura, recursos energéticos y servicios públicos, para apoyar su crecimiento, incluso a costa del empobrecimiento social y del deterioro ambiental. Por otro lado, la desregulación y desarticulación del Estado ha producido una lucha frontal contra las prestaciones sociales y sus representantes (como los sindicatos). Se han debilitado las redes sociales y las estructuras de bienestar social.

La historia del modelo de desarrollo capitalista, profundiza el abismo que separa a los que tienen algo de los que no tienen nada; irónicamente bajo las propuestas de crecimiento económico, encabezadas por los economistas del aparato de estado, se ha incrementado la desigualdad social aumentando por millones el número de excluidos y fracasados dentro de las contradicciones del propio sistema[3]. En esta cruzada moderna por el libre mercado mundial, quedo vencida la justicia, la equidad y principalmente el medioambiente.

El capitalismo como sistema dominante ha triunfado[4], se proclama cómo última etapa de la historia, pero no todos se benefician del botín obtenido de los recursos de la naturaleza, este botín queda restringido para unos pocos, sus efectos perversos son ignorados por los gobiernos de distintos partidos e ideologías políticas que, gracias a las medidas legales que ellos mismos introducen, son cada día incapaces de enfrentarse a las consecuencias perversas del sistema, el cual se descompone, agravándose sus contradicciones internas.

Por ejemplo, actualmente existen no más de cien corporaciones multinacionales que dominan un 20% de las propiedades extranjeras en el mundo; de las cien mayores economías del planeta, 51 son empresas y las 49 restantes pertenecen parcialmente a los estados nacionales. Las cifras de ventas de Ford y General Motors supera el PIB de todo África subsahariana; el patrimonio de IBM y General Electric aventaja el poder económico de muchas naciones en el mundo; los ingresos económicos de Wal-Mart sobrepasan los de la mayor parte de los Estados del Este y Centro de Europa. Además, el tamaño de las empresas no deja de aumentar, cada fusión aventaja a la anterior y los gobiernos difícilmente ponen obstáculos a estos macro-monopolios, todos los productos que empleamos o compramos –gasolina, medicinas, transporte, cultivos, agua,- dependen cada vez más de una gran empresa que puede decidir alimentarnos o asfixiarnos, los gobiernos tienen las manos atadas y nuestra dependencia de estas corporaciones aumenta día a día. El mundo de los negocios entre las empresas, lleva las riendas de la política internacional, sus bolsas de valores establecen las reglas del juego, mientras que los gobiernos del llamado “mundo libre” se limitan a cumplir las leyes impuestas por este escenario de crecimiento económico.

El crecimiento como base ideológica es aceptado por su connotación positiva y difícilmente se establece una conexión entre este crecimiento y el límite natural del planeta y sus recursos. Del mismo modo, tampoco se reconoce la conexión entre la producción de todo tipo de bienes y servicios y su enorme huella ecológica, por ejemplo, en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) se generan más de cuatro millones de toneladas de contaminantes atmosféricos anuales y millones de kilogramos de basura al día (Semarnat, 2007). Estas sumas de residuos contaminantes, son reflejo fiel de nuestra capacidad de producción y consumo y de nuestra capacidad para enfilarnos al ecocidio global, contaminando el aire que respiramos, el agua que bebemos y los suelos en donde vivimos.

Diversos estudios han mostrado claros límites a varios de estos recursos como el de los combustibles fósiles. Sin embargo, los intentos por imponer un límite al crecimiento, son detractados por los propios comités que patrocinan la investigación sobre el tema[5] con todo tipo de argumentos, por ejemplo, el pretexto que intentó diferenciar el crecimiento dinámico exponencial nocivo a todas luces, de un tipo de crecimiento orgánico especializado, bajo la premisa de que el crecimiento exponencial se sale de control y el segundo presenta características de interdependencia funcional entre sus partes constitutivas y que puede ser la solución a estas diversas crisis, este supuesto crecimiento especializado inventó el concepto de “desarrollo sostenible” con la trillada frase por todos conocida.

Bajo este tipo de premisas ideológicas funciona el libre mercado y no da lugar para la crítica, a pesar de conocerse los efectos perversos que se presentan bajo el modelo de desarrollo capitalista (a saber pobreza, exclusión, desigualdad, hambre, guerra, degradación del ambiente, por citar los principales).

El pensamiento desarrollista fincó sus cimientos en el pensamiento cornucopiano o de cuerno de abundancia, ideología que siglos atrás planteaba la idea de ilimitada capacidad de la naturaleza por proveer de recursos al hombre, está idea fue antiguamente arraigada y extiende sus raíces en la influencia del pensamiento judío-cristiano y cobra fuerza con la influencia de la ideología del progreso[6].

Por su parte, la ideología del progreso es un planteamiento que recurre al argumento de que los avances tecnológicos y científicos son la solución para alcanzar niveles preestablecidos de “armonía con la naturaleza” y “ampliación del bienestar humano” en tanto se continúen desarrollando las fuerzas productivas. Ambos argumentos han sido duramente cuestionados por el movimiento ecologista y por diversos pensadores sociales ha lo largo de la historia[7], sin que hasta el momento cobren mayor importancia en el colectivo social, quizá porque los instrumentos ideológicos del poder[8] funcionan cabalmente.

A pesar de las advertencias planteadas por estos actores sociales y las señales de alerta que manda el planeta, la propuesta de imponer un límite al crecimiento parece opacada por la evidente tendencia de mantener un crecimiento en el consumo de recursos. Lo anterior puede ser comprobado cuando revisamos las cifras en el consumo de la mayoría de los productos de uso diario en nuestra sociedad, por ejemplo, en la ZMVM la tasa de crecimiento vehicular paso de cerca de un millón en el año 2000, a más de 4 millones el el año 2007; y se espera un crecimiento de 5.4 millones para el año 2010. Para mitigar este impacto, se aplican políticas urbanas de más crecimiento: más vialidades, más puentes vehiculares, más túneles viales, etcétera. Así mismo, se calcula que en esta región (la menos transparente del país) se consumen 40 millones de litros de hidrocarburos al día, repartidos en gas domestico e industrial, gasolinas y diesel para transporte público y privado y combustibles para la industria (Molina, 2007).

Este ejemplo desproporcionado del consumo energético de combustibles fósiles, plantea una serie de interrogantes sobre la inminente necesidad de imponer un límite del crecimiento.

Segunda parte

PROPUESTAS PARA EL DESCRECIMIENTO

Los distintos argumentos que se han planteado en el Senado sobre la reforma de PEMEX, dejan ver a este recurso sólo como una utilidad para incrementar la riqueza del grupo social que lo controla, riqueza que poco ha servido para reducir la desigualdad social y la pobreza de los mexicanos.

El tema energético en México de pronto perece crucial, cuando se olvida que la historia de PEMEX es tan negra y viscosa como el petróleo mismo que produce, los únicos mexicanos que han disfrutado de los beneficios de esta industria, han sido de una reducida oligarquía política que lo controla y que ha operado con prácticas mafiosas en contra de sus detractores (por ejemplo el crimen cometido en contra del periodista michoacano Manual Buendía).

No obstante PEMEX con o sin reforma, en el mediano y largo plazo, no garantizará mecanismos para reducir el impacto de los distintos escenarios de crisis energética y de recursos que el actual modelo de desarrollo económico nos plantea, urge por lo tanto pensar en la conveniencia de los siguientes postulados que fueron planteados por el grupo de descrecimiento aquí presente:

1. La reducción paulatina pero sustantiva de la extracción de petróleo en México.

Cuando brotó en 1908 el pozo petrolero de Dos Vocas Veracruz; éste se incendió durante dos meses levantando una caldera de llamas de más de 600 metros de altura, se calcula que se consumieron más de 100 mil barriles de petróleo diarios antes de que el agua salada de una la laguna cercana lo extinguiera (Pazos, 1979: 22), las consecuencias del desastre ecológico que este hecho ocasionó, tienen efectos nocivos hasta nuestros días y; no obstante, seguimos contaminando directa o indirectamente con cada nueva extracción de este recurso.

2. Cero exportaciones de petróleo a mediano plazo.

El 17 de octubre de 1973 fue el Pearl Harbor de la energía (Mieres, 1979; Pazos, 1979; Buendía; 1980), pero en lugar de arrogar bombas sobre propiedad estadounidense, un puñado de naciones árabes, ricas en petróleo, cerro unas cuantas válvulas y produjo una conmoción en la civilización industrial ligada a los países del G8, es decir, Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, quienes mantenían (y aun mantienen) altos niveles de consumo energético. Al principio pocos advirtieron que se trataba de la antesala de una crisis energética de bastas proporciones, pero en el invierno de ese año se produjo una drástica escasez de gasolina, en las estaciones de estos países, inmensas colas de consumidores enloquecieron por obtener unos cuantos galones de combustible para sus vehículos, se impusieron restricciones en la calefacción y en la iluminación de varias ciudades, poniendo en evidencia la crisis capitalista por la crisis energética, en lo subsiguiente se produjeron diversos boicots sobre los precios y se generaron diversas guerras por el control de este recurso, guerras que se han extendido hasta nuestros días. Por lo anterior cabe la pregunta: ¿Debemos seguir alimentando con este recurso el motor del desarrollo capitalista?

3.- Reducción radical del consumo interno de petróleo.

Mientras el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) considera necesaria una reducción de entre un 60 u 80 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero para reducir el riesgo de catástrofes climáticas mundiales por el calentamiento global; en contraste, el Consejo Mundial de Energía (WEC por sus siglas en inglés) predice un incremento de un 50 a 70 por ciento en la demanda energética mundial para el año 2020, esta incompatibilidad entre el IPCC y el WEC expone la contradicción interna del sistema económico actual, el cual intenta a toda costa mantener políticas macroeconómicas que incrementen el PIB mundial; por ello la pertinencia del pensamiento anti–crecimiento o descrecimiento.

Así como es urgente para el ejecutivo federal la reforma energética de PEMEX, también es urgente para nuestra sociedad cuadruplicar el presupuesto asignado a la política ambiental de este país, así el tema no sólo queda en buenos deseos o buenas intenciones. En especial, es urgente fortalecer con recursos económicos a las organizaciones ecologistas y ambientalistas, urge fortalecer la participación social con investigación en el tema, varias propuestas sociales plantean no sólo una reforma energética, sino toda una revolución con base en el incremento de la eficacia en el consumo energético actual y la transición hacia fuentes alternas de energía renovable como la solar, eólica, geotérmica, entre otras.

Para concluir cabe cuestionarnos si los instrumentos institucionales con los que contamos garantizan las mejores condiciones sociales, si la política pública en materia energética garantiza la salvaguarda del ambiente, bajo mis argumentos planteados ¿es la democracia representativa el mejor ejercicio democrático con el que contamos?

El Estado mexicano, creó la Comisión Nacional de Derechos Humanos para salvaguardar los derechos civiles de los ciudadanos, a pesar de contar con instituciones de procuración de justicia. De la misma forma, para garantizar el derecho a un ambiente sano, se debería crear una Comisión Nacional de los Derechos al Ambiente, bajo el auspicio de la figura de un “Obusman del ambiente”, o como se le quiera llamar, lo que importa es que vele por garantizar 1) la justicia ambiental; 2) el derecho de información; y 3) la democracia ecológica, entendida bajo el supuesto de un incremento en la participación social en el tema, fortalece los nuevos paradigmas que nacen ante la crisis, sin este fortalecimiento social la regulación entre el Estado y el capital, se corre el riesgo de que paradigmas como el descrecimiento se enfrenten a ser absorbidos por viejas practicas institucionales, lo que puede socavar las buenas intenciones de estas propuestas, condenando sus viabilidad paradigmática.

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[1] Al respecto véase el texto de Ernest Mandel sobre la interpretación marxista de las ondas largas del capital (Mandel, 1973).

[2] Por definición del concepto de desarrollo me inscribo en la propuesta por Sergue Latouche en el sentido de que éste no es otra cosa que la colonización del mundo por Occidente, la guerra económica y el saqueo de la naturaleza (Latouche, 2002).

[3] Por ejemplo para el año 2003, sólo 250 personas ganaban tanto dinero comparado con el 65 por ciento de la población mundial (Jean Robert y Valentina Borremans, 2006: 18).

[4] Al respecto Adam Przeworski (1998) ha señalado que por primera vez en la historia el capitalismo se adopta como la aplicación de una doctrina y no como un proceso de evolución histórica ya que la ideología neoliberal difundida por Estados Unidos y sus agencias multinacionales mantienen la creencia de las virtudes de los mercados y la propiedad privada en donde se pone a la eficiencia por encima de la distribución, a las consideraciones económicas por encima de las sociales y cualquier oposición es minimizada por egoísta o populista sin dar oportunidad a nuevas propuestas de democracia (Przeworski, 1998: 13).

[5] Al respecto véase los informes del grupo Forrester y Meadows sobre límites del crecimiento (1972) y más allá de los límites del crecimiento (1992) y el Segundo Informe del Club de Roma de Mesarovic y Pestel sobre Mankind at the turning point. (1974).

[6] Este pensamiento remonta sus orígenes a los filósofos Francis Bacon y René Descartes, quienes suponían que el desarrollo de las tecnologías surgidas de la ciencia serían la clave para el bienestar y grandeza del género humano.

[7] Este pensamiento ha tenido sus detractores en la historia, desde Thomas Maltus hasta John Stuart Mill, más reciente Iván Illich, Ignacy Sachs, René Dumont; E.F. Schumacher, por citar algunos.

[8] Sobre el tema de los instrumentos ideológicos del poder me refiero a los argumentos de Nicos Poulanzas sobre el tema de las instituciones del Estado para el control social como la iglesia, la escuela, la televisión entre y ahora el Internet entre otros.

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