viernes, 17 de abril de 2009

¿Quién mató al auto eléctrico? El fracaso del plan de Obama

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TRIBUNA LIBRE

Peor que la depresión ¿Por qué el Plan de Estímulo de Obama está Condenado al Fracaso?

Autores Invitados 2009-04-06

¿Por qué el Plan de Estímulo de Obama está Condenado al Fracaso?. La fábrica de papel del Potomac está generando nuevo dinero frenéticamente. Esto debería evitar que los precios bajaran y que la economía se contrajera, según la Teoría Cuantitativa del Dinero. En este artículo presento un argumento que explica por qué esta conclusión no es válida. Por el contrario, expondré que el nuevo dinero creado sobre la base de una inundación de deuda es equivalente a echar gasolina a un fuego, haciendo que los precios caigan y la economía se contraiga todavía más. La administración Obama ha perdido su oportunidad histórica de evitar la deflación y depresión que ha heredado de la administración Bush, porque ha encomendado la tarea de rescatar a la economía a la misma gente que ha causado este desastre: los doctores monetarios, tanto Keynesianos como Friedmanitas, de la Fed y el Tesoro. Mirando al ratio erróneo La clave para entender el problema es la productividad marginal de deuda, un concepto curiosamente desaparecido de la jerga de la economía convencional. Los Keynesianos se consuelan con el hecho de que la deuda total como porcentaje del PIB está bien por debajo del 100% en los Estados Unidos, mientras que en otros países se supera esta cifra. Sin embargo, el ratio significativo y que hay que observar es la relación entre deuda adicional y PIB adicional, o la cantidad del PIB que se ha generado con la creación de 1 dólar de nueva deuda. Es este ratio el que determina la calidad de la deuda. Cuanto mayor sea este ratio (PIB adicional / Deuda adicional) más éxito están cosechando los empresarios en aumentar la productividad, que realmente es la única justificación válida para el endeudamiento. En cambio, una caída importante en ese ratio es una señal peligrosa de que la calidad de la deuda se está deteriorando, y de que incurrir en deuda adicional no tiene ninguna justificación económica. El volumen de deuda está creciendo más rápido que la renta nacional, y el capital que apoya la producción se está erosionando rápidamente. Si, como en el escenario más pesimista, el ratio cae en zona negativa, el mensaje es que la economía está en curso de colisionar y que un crash es inminente. Es decir, no sólo es que la deuda no aporte nada al PIB sino que, de hecho, genera una mayor contracción económica, incluyendo un mayor desempleo. El país se está comiendo las semillas de maíz, y el resultado es que el capital acumulado puede esfumarse antes de que te des cuenta. La acción inmediata es absolutamente necesaria para parar la hemorragia, o el paciente se desangrará hasta morir. Los Keynesianos están atentos del ratio incorrecto, el de la deuda sobre el PIB. No es extraño, pues, que constantemente se extravíen, de ahí que no se percaten de las señales de peligro, una detrás de otra. Están navegando en la oscuridad con la ayuda del equipamiento náutico equivocado. Están administrando la medicina equivocada. Su ambulancia es incapaz de diagnosticar la hemorragia interna que debe pararse para evitar que el paciente llegue muerto. La temprana advertencia de Melchior Palyi En la década de 1950, cuando el dólar todavía era convertible -los gobiernos extranjeros y bancos centrales podían convertir sus saldos de corto plazo en dólares por oro a la tasa establecida por la ley de 35 dólares por onza- la productividad marginal de la deuda era 3 ó superior. Esto es, que 1 dólar adicional de nueva deuda causaba un aumento del PIB de al menos 3 dólares. En agosto de 1971, cuando Nixon impagó las obligaciones internacionales de oro de los Estados Unidos (siguiendo los pasos de Franklin Delano Roosevelt que había impagado las obligaciones domésticas de oro 35 años antes), la productividad marginal de la deuda cayó por debajo del nivel crucial de 1. Cuando la productividad marginal cayó por debajo de 1 dólar, pero todavía se mantenía positiva, implicaba que la deuda total (siempre en términos netos) estaba aumentando más rápido que el PIB. Por ejemplo, si la productividad marginal de la deuda se sitúa en 0,5, ello significa que para incrementar la producción nacional de bienes y servicios en 1 dólar, habría que incurrir en 2 dólares de deuda. Un incremento de la deuda total en 1 dólar ya no podría generar siquiera un aumento equivalente del PIB. La deuda perdería así entonces cualquier justificación económica. La caída de la productividad marginal de la deuda ha continuado sin interrupción desde entonces. Nadie tomó medidas. De hecho, los administradores Keynesianos del sistema monetario y de la economía pusieron trabas a esta información, manteniendo al público en la oscuridad. Ni tampoco los economistas Keynesianos y Friedmanitas en las universidades prestaron atención a la señal de peligro. Los agitadores siguieron gritando: "¡Dame más crédito!" Yo me percaté de la importancia de la productividad marginal de la deuda a través del Boletín del economista húngaro de Chicago Melchior Palyi en 1969 –hay un total de 640 números de ese Boletín, disponibles en la Biblioteca de la Universidad de Chicago-. Palyi advirtió de que la tendencia de este crucial indicador era a la baja y que había que hacer algo al respecto antes de que el monstruo de la deuda devorara la economía. Palyi murió unos pocos años más tarde y no vivió para ver la devastación que tan astutamente predijo. Otros también han llegado a la misma conclusión de diferentes formas. Peter Warburton, en su libro Debt and Delusion: Central Bank Follies That Threaten Economic Disaster -Deuda y Engaño: Las locuras del Banco Central que amenazan con el desastre económico-, también prevé el mismo resultado, aunque no utiliza el concepto de la productividad marginal de la deuda. 2006, el año de la inflexión Mientras la deuda estuvo contenida por la presencia del oro en el sistema, por débil que fuera esta restricción, el deterioro de la calidad de la deuda era relativamente lento. La calidad se derrumbó, y la cantidad se disparó hasta la estratosfera cuando la presencia del oro, el único que puede extinguir la deuda en última instancia, desapareció del sistema monetario. Aún así, pasaron 35 años antes de que el capital de la sociedad fuera erosionado y consumido a través del deterioro ininterrumpido de la productividad marginal de la deuda. El año 2006 fue el punto de inflexión. A finales de ese año la productividad marginal de la deuda cayó hasta cero y pasó a ser negativa por primera vez en la historia, encendiendo la alarma roja que advertía de una catástrofe económica inminente. Efectivamente, en febrero de 2007, el riesgo de impago de la deuda, medido por el coste desorbitado de los CDS (Credit Default Swaps), se disparó. Y como dice el dicho, el resto ya es historia. Productividad marginal negativa ¿Por qué una productividad marginal de la deuda negativa es señal de un desastre económico inminente? Porque indica que cualquier posterior incremento en el endeudamiento necesariamente causará una contracción económica. El capital se ha esfumado; una mayor producción ya no se sostiene por la necesaria cantidad y calidad de las herramientas y el equipamiento. La economía está literalmente devorándose a sí misma a través de la deuda. La creación desenfrenada de deuda a través de la reducción de los tipos de interés hasta el 0% está destruyendo el capital de la sociedad, pero este mensaje es ignorado. La crisis financiera actual ha sido explicada a través de un razonamiento ad hoc, culpando a los laxos estándares crediticios, las hipotecas subprime, y argumentos similares. Sin embargo, no se hizo nada para parar la causa real del desastre: la rápida generación de deuda. Por el contrario, la generación de la deuda fue acelerada mediante rescates públicos y planes de estímulo económico. En vista del hecho de que la productividad marginal de la deuda es ahora negativa, podemos ver que las medidas de rescate de la administración Obama, que están financiadas mediante la creación de niveles de nueva deuda sin precedentes, son contraproducentes. Éstas son la causa directa de la creciente contracción económica, incluyendo el aumento del desempleo. "Camino al infierno" El presidente de la Unión Europea, y Primer Ministro Checo, Mirek Topolanek, calificó públicamente el plan de Obama, consistente en gastar casi 2 billones de dólares para sacar a la economía de la recesión, como el "camino al infierno". No hay ninguna razón para castigar al Sr. Topolanek por tal calificativo. Cierto es que hubiera sido más educado y diplomático haber suavizado sus comentarios empleando términos del estilo de: "el plan de Obama ha sido aprobado ignorando que la productividad marginal de la deuda era negativa y sigue a la baja. En consecuencia, el aumento del gasto público mediante planes de estímulo sólo causará una mayor deflación y contracción económica". ¿Hiperinflación o hiperdeflación? La mayoría de críticos del plan de Obama sugieren que las consecuencias de los rescates y planes de estímulo provocarán una grave pérdida del poder adquisitivo del dólar y, en última instancia, una hiperinflación, tal y como evidenci la Teoría Cuantitativa del Dinero. Sin embargo, la teoría cuantitativa es un modelo lineal que puede ser válido como una primera aproximación, pero falla en la mayoría de casos, debido a que el mundo real es sobre todo no-lineal. Mi propia teoría, basada en el concepto de la productividad marginal de la deuda, predice que lo que se viene encima no es una hiperinflación sino un círculo vicioso de deflación. Éste es el argumento. Mientras que los precios de los productos primarios, tales como el petróleo y los alimentos, pueden subir inicialmente, los consumidores apenas tienen poder adquisitivo, y tampoco pueden pedir prestado como solían para pagar esta subida de precios. El nuevo dinero creado ha ido a parar al rescate de bancos, y una parte importante se ha desviado para continuar pagando los inflados bonus de los banqueros. Muy poco de este dinero ha fluido hacia los consumidores ordinarios, que se ven con el agua al cuello debido a las deudas contraídas en el pasado. De ahí que dichas subidas de precios sean insostenibles, ya que el consumidor es incapaz de afrontarlas. Como resultado, los comerciantes minoristas y mayoristas también están con el agua al cuello. Tienen que reducir precios. La presión de la caída de la demanda no se queda en los comerciantes, sino que también se transmite hacia los productores, que también tienen que reducir precios. Todos ellos están experimentando un descenso en sus flujos de caja derivados de las operaciones económicas ordinarias. Despiden a más gente, agravando la crisis aun más, dado que se reduce el efectivo en manos de los consumidores debido al mayor desempleo. La espiral viciosa está en marcha. Pero, ¿qué está pasando con la ingente cantidad de nuevo dinero que está inundando la economía? Este dinero se está empleando para pagar la deuda de personas que están luchando desesperadamente por salirse de ella. Los hombres de negocios en general están aletargados; cada recorte en el tipo de interés les golpea, erosionando el valor de sus inversiones anteriores. En mis trabajos he explicado cómo unos tipos de interés en continua caída hacen que el valor liquidativo de la deuda aumente. Es decir, se traduce en una partida contable negativa en la cuenta de pérdidas y ganancias, comiéndose al capital que, como consecuencia, tiene que ser repuesto. Aún peor. No hay manera de que los empresarios sean inducidos a llevar a cabo nuevas inversiones mientras haya expectativas de nuevas reducciones en el tipo de interés. Son conscientes de que sus inversiones se esfumarían a medida que el tipo de interés siguiera cayendo en pos de políticas monetarias agresivas como el quantitative easing -creación de dinero de forma discrecional-. El círculo vicioso de la especulación en tipos de interés decrecientes La única actividad que está prosperando en este ambiente deflacionario es la especulación en bonos. Los especuladores usan nuevo dinero, disponible a través de la Reserva Federal (Fed), para expandir sus actividades y empujar al alza el precio de los bonos. Dichos inversores se adelantan a la Fed: compran primero los bonos y luego los revenden por un precio inflado antes de que los recompre la Fed. Tal actividad está libre de riesgos. Los especuladores se enteran por adelantado de las operaciones de la Fed a lo largo de la curva de rendimientos. La Fed comprará 300.000 millones de dólares de letras del Tesoro durante los próximos seis meses, y probablemente mucho más después de esa fecha. La especulación sobre unos tipos de interés decrecientes se convierte en autorrealizable, gracias a la demente idea de las operaciones de mercado abierto de la Fed, que hace que la especulación en bonos esté exenta de riesgo. Este proceso hace que la deflación sea auto-sostenible (para otra visión de la especulación en bonos libre de riesgos, ver el artículo de Carl Gutiérrez en Forbes, mencionado en las referencias). Nótese también que el progresivo hundimiento del precio de las acciones, y el intento desesperado por parte de grupos privados de rescatar activos tóxicos, también ha disparado la demanda de dinero en efectivo. El dólar, al menos en la variedad del billete de la Reserva Federal, será cada vez más escaso. Antes de hundirse, tal y como sucedería en un escenario hiperinflacionario, el poder adquisitivo del dólar se va a incrementar notablemente. ¿Piensan que Ben Bernanke y sus máquinas de fabricar billetes se ocuparán de eso? Simplemente consideren lo siguiente. El mercado separará los billetes de la Fed antiguos de los nuevos, que tendrán impresa la firma de Bernanke. En una clásica aplicación de la Ley de Gresham, la gente atesorará el primero (los antiguos), otorgando una prima sobre él en relación con la segunda variedad (dólares de nueva creación), que se quedará por el camino. Bernanke puede crear dinero, pero no puede hacerlo fluir Ya hay algunas publicaciones que abiertamente aconsejan a la gente que atesore billetes de la Reserva Federal en cantidades importantes que lleguen a cubrir hasta 24 meses de gastos corrientes estimados, mientras cancela todas sus cuentas de depósito. Se advierte a los depositantes que se olviden del límite de 250.000 dólares del seguro de depósitos, que se ha convertido en algo prácticamente despreciable en la medida en que los recursos de la FDIC (Agencia Federal de Garantía de Depósitos) han sido secuestrados por Geithner (secretario del Tesoro de EUU) y desviados a garantizar las inversiones de grupos privados que fueron tan estúpidos como para comprar deuda tóxica a instancias de la administración Obama. Karl Denninger prevé una tasa de desempleo superior al 20%, con ciudades en una situación mucho peor que, por ejemplo, el centro de Detroit (ver referencias abajo). ¿Qué tiene todo esto que ver con la productividad marginal de la deuda? Una vez que se hace negativa, cualquier incremento adicional de nueva deuda hará que la economía se contraiga más, incrementando el desempleo y reduciendo los precios. Bernanke puede crear todo el dinero que quiera y más, pero no puede hacerlo fluir por toda la economía. Bernanke se arriesga a algo peor que una depresión El nuevo dinero creado seguirá las leyes de la gravedad y fluirá hacia el mercado de bonos, que es donde está la fiesta. La especulación libre de riesgos en bonos reforzará la espiral deflacionista hasta que llegue el agotamiento final: la economía colapsará como un globo al ser pinchado. En vez de hiperinflación y de la destrucción del dólar, lo que tenemos es deflación y la destrucción de la economía. Denninger advierte de que la 'espiral mortal' llevará a que se disparen las ventas de activos en una loca carrera de liquidación de éstos, y en última instancia, al colapso del sistema monetario y político de EEUU a medida que se evaporan los ingresos impositivos. Señala que, probablemente, ni uno solo de los miembros del Congreso entiende la gravedad de la situación. Bernanke se está arriesgando a algo mucho peor que una depresión. Se está jugando literalmente el final de América como una potencia política, económica y militar. Efectivamente, el colapso financiero y económico de los dos últimos años debe verse como parte de la progresiva desintegración de la civilización occidental, que empezó con el sabotaje gubernamental del patrón oro en la primera parte del siglo XX. Ben Bernanke, que debería haber sido despedido por el nuevo presidente el día después de su inauguración por haber causado un daño irreparable a la república norteamericana, puede, al final, tener el honor de administrar el golpe de gracia a nuestra civilización. Artículo elaborado por Antal E. Fekete, professor of Money and Banking, en San Francisco School of Economics, publicado originalmente en Goldseek. Referencias No Time for T-Bonds by Carl Gutierrez, March 28, 2009, www.forbes.com Bernanke Inserts Gun in Mouth, by Carl Denninger, March 20, 2009, http://market-ticker.denninger.net Debt and Delusion: Central Bank Follies That Threaten Economic Disaster, by Peter Warburton, first published in 1999; WorldMetaView Press (2005).
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¿Quién mató al auto eléctrico?
Alejandro Nadal
E

s probable que en unas cuantas semanas General Motors dé inicio a un proceso de quiebra en Estados Unidos. Por esa razón, la historia del asesinato del auto eléctrico cobra gran relevancia.

Desde hace cien años, la producción de un auto eléctrico ha tentado a las compañías automotrices, pero la trayectoria tecnológica en esta industria permaneció vinculada al motor de combustión interna. Hoy los problemas de salud pública, el costo del combustible y la necesidad de reducir emisiones de gases invernadero promueven un formato mecánico menos agresivo con el medio ambiente.

Cuando en los años 80 varias compañías experimentaron con prototipos de auto eléctrico, el Consejo de Recursos Atmosféricos (CARB) del estado de California percibió que el vehículo de emisiones cero había dejado de ser ciencia ficción. En 1990 dictó una orden a los fabricantes de autos: si querían seguir vendiendo unidades en ese estado, 10 por ciento de sus vehículos tenía que tener cero emisiones de gases contaminantes.

Aunque este mandato los disgustó, varias empresas se prepararon para acatarlo. General Motors lanzó al mercado un vehículo eléctrico, el EV1, con baterías convencionales de plomo y ácido. Poco después fue dotado de una batería de níquel e hidruro metálico (como las pilas Ni/MH de uso común), que le proporcionó un rango de autonomía de por lo menos 250 kilómetros con una sola carga. Es el mismo tipo de baterías que hoy usan varios autos híbridos.

El dueño de un EV1 podía recargar su unidad en su casa por la noche y el costo de operación era comparable con el de los de gasolina. Las ventajas se manifestaban, sobre todo, en el mantenimiento y costo de refacciones, pues el EV1 suprime muchas partes y componentes esenciales en el motor de combustión interna.

Pero en 1994, el CARB firmó un nuevo acuerdo con los fabricantes. Éstos tendrían que producir los autos de cero emisiones siempre y cuando hubiera una demanda de los consumidores para adquirir esos vehículos. Y ésa fue la pieza clave que las compañías estaban esperando. De inmediato se pusieron a demostrar que la demanda de sus propios vehículos era insuficiente y abandonaron todo esfuerzo por comercializar masivamente el producto. Es decir, estas empresas se dedicaron a sabotear su propia línea de producción.

El lobby automotriz continuó su campaña y demandó al CARB en 2001. A esa demanda se unió la Casa Blanca. Al mismo tiempo, la administración de Bush anunció un programa de apoyo para desarrollar celdas de hidrógeno. Ésta fue una táctica sucia: aunque la celda de hidrógeno es una tecnología inmadura, se le presentó como superior al auto eléctrico para restarle adeptos.

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Las compañías habían tomado sus precauciones. Ninguno de los vehículos eléctricos había sido vendidos. Todos fueron objeto de contratos de renta a largo plazo sin opción de venta. Así pudieron retirarlos de la circulación porque, en realidad, eran una amenaza para los intereses de las corporaciones. General Motors llegó al extremo de recoger todos los EV1 que había colocado en el mercado de California y los embarcó a sus terrenos de prueba en Arizona, donde fueron destrozados para venderse como chatarra.

En abril de 2003 el CARB se doblegó y repudió la orden que había emitido. En este aniversario es importante preguntarse, ¿quién mató al auto eléctrico? La historia es contada con lujo de detalles en un video disponible en Youtube (con subtítulos en español) que identifica a varios sospechosos y las compañías petroleras ocupan el primer lugar. Pero dos actores importantes apenas son mencionados: los distribuidores de autos y la industria de autopartes. El auto eléctrico elimina muchas piezas mecánicas, simplifica el mantenimiento y esto recorta la rentabilidad en los distribuidores.

General Motors está por iniciar un doloroso proceso de quiebra en Estados Unidos. Las subsidiarias en todo el mundo sufrirán las consecuencias. En México están en juego unos 40 mil empleos (directos e indirectos). Por lo pronto, la industria de autopartes está desangrándose. Si GM-Detroit ingresa al capítulo 11 de la Ley de quiebras, queda abierta la posibilidad de que las plantas mexicanas sigan operando, por lo menos durante un tiempo. De caer en el capítulo 7, las cosas se complican, pues la empresa dejaría de funcionar y sus activos serían liquidados para pagar a los acreedores. Mucho dependerá de las decisiones de la administración de Obama y durante su visita a México este importante tema debería discutirse abiertamente.

Hace un par de semanas, el grupo que supervisa el rescate de la industria automotriz en Estados Unidos obligó a dimitir a Rick Wagoner, el presidente y director general de GM. En una entrevista éste declaró que si se arrepentía de algo era de haber liquidado el programa del EV1. Perdió la oportunidad y en cambio compró American Motors, la división que produce los nefastos Hummer. Pésimas decisiones gerenciales que aceleraron la debacle. El próximo artículo: ¿Quién llevó a General Motors a la quiebra?


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