domingo, 20 de enero de 2013

¡Todos somos ratas de laboratorio!

¡Todos somos ratas de laboratorio!

Víctor M. Toledo

http://www.jornada.unam.mx/2013/01/18/politica/023a1pol?partner=rss

En su aclamado libro sobre la historia ambiental del siglo XX, publicado en
el año 2000, J. R. McNeill concluyó que el mundo, y por supuesto los seres
humanos, estaban viviendo un gran experimento sin control". En realidad el
historiador estadunidense lo único que hacía era documentar con un detallado
alud de estadísticas lo que otros pensadores como Erich Fromm, Edgar Morin y
Arthur Koestler habían advertido años atrás. En especial, este último, uno
de los gigantes del pensamiento crítico del siglo pasado, había señalado en
su obra The ghost in the machine (El fantasma en la máquina, 1967) que el
mundo se dirigía hacia el colapso (la era clímax, le llamó), con todas las
curvas de los indicadores disparados hacia el cielo. McNeill derivó su
conclusión del crecimiento exponencial, aparentemente indetenible, de la
población humana, las ciudades, el uso de la energía, los minerales y el
agua, la contaminación industrial, el PIB global y otros indicadores.

En plena consonancia con esta idea del mundo convertido en laboratorio, y
posiblemente sin conocerla, el microbiólogo francés G. E. Seralini dio a
conocer el año pasado su libro Todos somos ratas de laboratorio, apenas unos
días después de haberle mostrado al mundo los enormes tumores de los riñones
e hígado de las ratas alimentadas por dos años con el maíz transgénico
producido por la compañía Monsanto (ver: www.ogm-alerte-mondiale.net), la
misma que ha hecho todo lo posible por introducir su cereal genéticamente
manipulado en la cuna del maíz, es decir, en México. Todo indica que
Seralini se sacó el tremendo título de una sencilla extrapolación: dada la
expansión de los cultivos transgénicos por todo el planeta, y especialmente
la del maíz, los seres humanos estamos siendo utilizados como ratas de
laboratorio por las gigantescas corporaciones y por los científicos que
trabajan en ellas y para ellas, y cuyo objetivo final es el lucro. Tan sólo
en 2012, Monsanto facturó 14 mil millones de dólares y tuvo ganancias por
unos 2 mil 600 millones de dólares.

El experimento sin control tiene dos poderosos motores, alimentados por un
mismo impulso. Uno es económico, el otro cognitivo. Uno se llama
capitalismo, al otro le denominan ciencia. Entre la ambición desbocada del
mercader y la insaciable sed por conocer del investigador hay pocas
diferencias. Ambas obedecen a los mismos impulsos de control y poder. Poder
sobre la competencia y control sobre la naturaleza o viceversa. La ceguera
humana en los actores modernos convertidos en piezas especializadas de una
gran maquinaria se ha vuelto invisible. El resultado de combinar estas dos
acciones, en las que el lucro mueve al cada vez más poderoso aparato de
conocimiento, es explosivo: cada vez el mundo se convierte más y más en un
inmenso experimento sin control. ¿Evidencias? Permítanme señalar algunas de
las más notorias. Cada año los autos matan a un millón de ciudadanos y dejan
heridos a entre 20 y 30 millones; cada año se construyen más autos. Sólo en
Europa existen 40 mil sustancias potencialmente tóxicas que no han sido
analizadas. Mientras tanto, los casos de cáncer que aparecen a un ritmo de
13 a 14 millones al año van en aumento
(http://globocan.iarc.fr/factsheets/populations). En Sudamérica el mar de
soya transgénica ha reducido la variedad de paisajes, vegetaciones y
biodiversidad de 47 millones de hectáreas (la cuarta parte de México) de
cinco países en un monótono terraplén de una sola especie. Por el cambio
climático los glaciares de todo el mundo (Himalayas, Alpes, Andes, etcétera)
se reducen día a día y amenazan con dejar sin agua los principales ríos que
riegan las áreas con los alimentos de más de mil millones de seres humanos.
Un suceso ampliamente festejado simboliza la vigencia del experimento: el 20
de mayo de 2010 la revista Science publicó una noticia considerada
histórica: el científico Craig Venter y su equipo de investigadores crearon
un genoma totalmente artificial en un laboratorio. Venter patentó de
inmediato la que llamó la primera forma de vida creada por el ser humano, y
la bautizó como Mycoplasma laboratorium. ¡Hoy, como si fuera un dios, el
supermono crea la vida, y de inmediato la convierte en mercancía!
¿Se detendrá el experimento? No en el corto plazo. Hoy decenas de millones
de ciudadanos pertenecientes al grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica) son preparados, aleccionados, entrenados para unirse de
la manera más dócil posible al experimento. Otros países le siguen: más
energía, minerales, agua, concreto, plástico, vidrio, tecnología,
transporte. La velocidad a la que estos nuevos depositarios del progreso
adquieren los niveles de confort anhelados es aún mayor al ritmo en que lo
lograron Europa, Japón o Estados Unidos. Éstos padecen dramáticamente una
crisis irresoluble por haber buscado y alcanzado justamente esos estándares
de despilfarro. Las cifras conmueven. A finales de 2012, Estados Unidos era
una sociedad en bancarrota: su gobierno federal, estatales y locales, sus
hogares y sus empresas financieras, deben 55.3 billones de dólares. A la
gigantesca deuda se agregan millones de desempleados y el estancamiento de
los salarios. Mientras tanto en Europa las fiestas navideñas no dejaban de
ocultar que 18.8 millones de personas de 17 países buscaban trabajo. Y el
experimento no se detiene por una simple razón. Hay un sector, que
representa a menos del uno por ciento de la población, humana que se
beneficia de él. De acuerdo con Bloomberg, en 2012, de los 100 hombres más
ricos del mundo sólo 16 perdieron; el resto ganó, y mucho. C. Slim, B.
Gates, A. Ortega, W. Buffet y otros 80 incrementaron sus fortunas en 182 mil
800 millones de dólares. En su fase megamonopólica, el capitalismo sigue
dando buenos resultados, aunque sea a cada vez menos.

En el libro arriba citado, A. Koestler hizo notar que además del conjunto de
curvas ascendentes, explosivas y exponenciales, había otra serie de curvas
que descendían tanto como aquéllas subían. Él las llamó las curvas de la
ética. Yo las llamaría las curvas de la sabiduría: las curvas de la moral
social, la ética individual, el espíritu cooperativo, la solidaridad, la
prudencia, el arte de tolerar, la amistad, la compasión. Ello define la
conciencia de especie. Sólo enderezando estas curvas dejaremos de ser lo que
la mayoría no se atreve a aceptar: simples ratas de un laboratorio
planetario.

Para Emily (1928-2013), quien nos enseñó a vivir con dignidad, a pesar de
todo




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Miguel Valencia
ECOMUNIDADES

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